lunes, 24 de mayo de 2010

El ser Alijuna...

Por: Nhora Paulina Parra Ortiz

Universidad Nacional de Colombia

Departamento de lingüística

2009.

Desde el momento en el que un ser se forma en el vientre de su madre, hay todo un escenario en el que se mueve y poco a poco avanza en los caminos que se van tejiendo proporcionalmente a los pasos con los que los recorre. Parece que en la vida cada camino tiene su terreno pero a su lado hay muchos otros caminos que van formando grupos de tierras, y los seres conviven, se identifican y toda su vida los caracteriza el color de la tierra donde nacieron. Muchas veces me he preguntado si definitivamente sería mejor cambiar el color de mi tierra porque el blanco, por más que sea la suma de todos los colores, ha sido semantizado una y otra vez como el del poder, y si esto significa pasar por las tierras de otros colores y quererlas blanquear, entonces preferiría tiznar mi piel con la tierra de color, una tierra que se identifica con el sol, que cree y sabe el valor de cada sueño, que cuenta diferente y los números tienen historia.

Lastimosamente lo único que puede pasar es que mi tierra sea un blanco no invasivo, que sea un sendero en esencia blanco pero de fondos tolerantes al color, que respete la tonalidad de los demás y procure construir y nutrir las sendas nuevas. Por ahora, yo creería que la solución no está en cambiar el color de mi tierra, mi propio color, sino en ver cómo colorear a los demás, cómo devolver lo que algún día nuestros pies blancos nos impidieron ver, lo que nuestras pesadas botas decidieron dañar y los senderos mal hechos que les obligamos a tomar.

Aunque es muy difícil imaginar qué se siente ser tierra de tonos alterados, de extensiones robadas, identidad ultrajada, paz y libertad completamente violadas, creo que la tierra blanca debe entender a profundidad que nada ni nadie le da el derecho de creerse el conquistador, de auto asignarse el conocimiento único y verdadero; una vez esto sea interiorizado, más la cooperación y el respeto por la diferencia sean un principio en la interacción verbal tal vez el alijuna pueda y comience a reformar su forma de caminar, la carretera que toma, así como a incluir en su mapa de navegación el camino que está a su derecha, a su izquierda, arriba, abajo, etc., finalmente ¿de qué sirve tener y saber todo acerca de la técnica para navegar si nunca es puesta en práctica? Y, así no parezca ningún avance, el hecho de que cuestiones como estas ya estén penetrando los distintos ámbitos sociales del hombre blanco podría ser una buena señal del alcance que puede lograr mostrar el impacto cultural de la estupidez blanca en poblaciones como los wayuu, los palenqueros, la comunidad sorda, etc., quienes, desafortunadamente fueron epicentro de la prepotencia blancuzca que no se detenía a ver las maravillas del color sino quería pintarlo todo de blanco, por medio de la fuerza, metiéndose en las estructuras sociales y desprestigiando el tinte vendiendo un corrector color hueso que desplazaba poco a poco las tradiciones verbales y no verbales.

Así entonces, si el interés del alijuna por enmendar los errores cromáticos es un hecho, podría traspasarse a los wayuu, los que al ver que su color es respetado, intentarán recuperarlo poco a poco para reivindicar la identidad, avivar su color, su esencia y retomar su universo, el universo tal y como lo conocieron los abuelos, desempolvar la noche, preferir palabrero a novela en la televisión y así.

Pero es necesario que se dé la conciencia sobre lo blanco y el respeto por las tierras de otros colores, las diversas comunidades, las costumbres, y toda la cosmovisión que guarda magníficos secretos, está creada con magia y con los vientos del desierto, en este caso, creo que se sueña. Porque, por ejemplo, no habría nada mejor que resemantizar el término alijuna, y dotarlo de amistad, ayuda, respeto y tolerancia, reemplazando el dolor por cosas buenas, que nos hagan crecer como seres humanos; que poco a poco se vaya desapareciendo el grandísimo mal que los que se montaron en las bestias hicieron al destruirlo todo, al imponerse sobre los otros, y pensar que descubrir era torturar con pólvora, con trampas, con tantas y tantas faltas que cometieron en territorio indígena los españoles.

Alijuna es una palabra que refleja todo el dolor que caracteriza a los no indígenas (ó a los no wayuu ‘persona’→ a los no persona) por ser ellos quienes destruyen la vida, quienes matan para comer, que siempre buscan su propio beneficio sin importarles el de los demás. Una posible interpretación es el siguiente análisis morfológico:

A l i j u n a

Dolor ajuna → a. ‘encima de algo’→ b. ‘disparador’

Junai → Jalia isechi junai

cuidado ahí viene el disparador’: Así era como se alertaba sobre la venida de un blanco que venía a causar dolor.

De este modo es más claro determinar toda la carga de dolor, muerte, sufrimiento con una carga histórica de acuerdo a las hipótesis que tiene la forma de designar a aquellos que simplemente dañan el mundo y la realidad tal y como la conocían los wayuu. También es alijuna aquel que olvida ser persona, que cambia su esencia por cosas blancas y vanas, y que no buscan resistir las tentaciones del mundo blanco para luego mejorar la vida de su gente, para restaurar y promover su lengua, dejarle ver a los niños, a los muchachos que lo que ellos son, donde nacen, cómo hablan, las costumbres, su familia es algo tan maravilloso que no vale la pena dejarlo, que nada cambia la magia de la Guajira por el frío de las calles bogotanas, o de otras capitales, que estos lugares son sitios de perdición donde el sistema no deja ni siquiera un pequeño espacio para los sueños, para el enamoramiento en la noche, para las historias sobre nuestro origen, sino que llena la cabeza de malas palabras, de rencor, odio y es muy difícil, aunque no imposible, encontrar paz. Es por esto que muchos jóvenes pierden el amor por su tierra, por su color y buscan huir para tierras blancas porque la tentación citadina los atrapa, los bailes sin sentido los hipnotizan y la tecnología los abruma.

La tierra blanca los seduce y les tapa sus oídos, los oídos con los que escuchan la palabra, el consejo, la magia del palabrero, los obliga a dejar e irrespetar su tradición, renunciar a soñar, olvidar la naturaleza, y entonces, todo el ruido de las ciudades los ensordece y el conocimiento de las generaciones ya no se puede oír, ya no hay un recipiente donde guardar el conocimiento para preservarlo, ahora sólo hay un ser muy bien vestido que se acopla paulatinamente a tierras extranjeras, ya no hay madre a la que escuchar, ni principio que recordar, o espíritus que escuchar, simplemente una lengua que aprender para que desplace el wayuunaiki, comida dañina por probar, buses para dejarse contaminar, entre otras cosas. También los viste, les dota de pantalones, tapa su cuerpo, la extensión de su vida, niega que estamos hechos de piel y que el sol es magia que debe caer en nuestros hombros, prohíbe que el cuerpo sea visto excusándose en el frío, y con cientos de telas proponen cubrirse tal vez para dar la impresión que en estas tierras en nadie se puede confiar y cada quien debe vivir su vida, sin convivir con los demás, les vende una vida individualista donde la regla es: “primero yo, segundo yo y luego los demás”.

Finalmente, el corazón le va cambiando, y se va mudando el tono de su tierra, ya no hay tierra morena donde sembrar para luego cosechar y vivir en paz, sino que hay manchas blancas que crecen y crecen con el tiempo, que borran los rastros de la familia, de la tierra, de la vida, de la luna, de la noche, del saber wayuu y el ser persona, esto es vivir sin amor por la tierra, negándose lo que uno en esencia es, y por lo tanto estar perdido en un mundo de edificios, millones de carros, comida con químicos, infidelidades, amores por interés, infinitos silencios, en definitiva: un sistema que nos carcome cuando no interiorizamos el color de nuestra tierra ni convivimos con los demás territorios.

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